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por qué encargar el proyecto de la fábrica a ingenieros franceses, cuando se tiene al servicio de la Empresa hombres como usted. Pero...

"Ahora va a decir algo desagradable", pensó Bobrov.

—Pero el director dice que hace usted mal en aislarse tanto de la sociedad. Le da usted la impresión de un hombre demasiado encerrado, con quien no sabe uno a qué atenerse... ¡Ah, sí, a propósito!... Sveyevsky se golpeó de pronto la frente. Estoy charla que charla y olvido precisamente lo esencial: el director ruega a todos los ingenieros que mañana, al medio día, vayan a la estación.

— Llega algún compañero?

—¡Eso mismo! ¿A que no adivina usted quién?

El rostro de Sveyevsky adquirió una expresión pícara y triunfante. Se frotaba las manos.

Visiblemente sentía un gran placer de comunicar la noticia sensacional.

—No sé, a fe mía. No soy adivino.

—Trate usted de adivinar, a pesar de todo.

Bobrov guardó silencio y, con gran atención, siguió los movimientos de la máquina que estaba cerca de él. Sveyevsky lo notó, y su agitación aumentó.

¡No lo adivinaría usted nunca! Pues bien; para que no se rompa usted la cabeza: ¡Se espera al mismo Kvachnin!

Pronunció este nombre con tanto respeto seryil, que Bobrov quedó profundamente disgustado.