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bote, en presencia de numerosos concurrentes, Nina, turbada y estremecida por la belleza de la noche de verano, había ofrecido a Bobrov su amistad eterna. El aceptó aquel ofrecimiento muy en serio, y durante una semana la llamó su amiga, como ella le llamaba su amigo. Y cuando le decía con su voz lánguida y expresiva "amigo mío", éstas dos sencillas palabras hacían latir su corazón más deprisa que de costumbre. Ahora, recordó aquel juego ingenuo, y respondió suspirando:

—Bien, "amiga mía", voy a decírselo todo, por más que ello no es fácil. Mis sentimientos hacia usted son de una rara duplicidad. Hay momentos en que tiene usted el don de hacerme feliz con una sola palabra, con un movimiento, con una mirada. No me sería posible decirla hasta qué punto me hace usted feliz. Me faltan palabras. Creo que lo habrá visto usted misma, ¿ verdad?

—Sí, lo he notado muchas veces—dijo ella con voz apenas perceptible y bajando los ojos.

—Y luego, de pronto, se convierte usted de nuevo en una señorita provinciana, de conversación banal, y de maneras... ¿cómo diría yo?... de maneras un poco vulgares. Dispénseme usted por esta franqueza. No se lo hubiera dicho a usted si eso no me hubiera hecho tanto daño...

—También me había dado cuenta de ello...

—¡Ya ve usted! Yo estaba seguro de que usted tiene un corazón tierno y sensible. Pero, siendo así, ¿por qué no es usted siempre como ahora?

Acercó de nuevo su rostro al de Bobrov, y has-