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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/123

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—El devenir.

—Hegel...

—Darwin...

—Spencer.

Mientras aquellos señores abrumaban al pobre cura de la Matiella con alardes de erudición filosófica de segunda ó tercera mano, queriendo imponerle como leyes racionales las preocupaciones del propio psitacismo, yo le estaba agradeciendo al buen clérigo, en el fondo del alma, aquella lección sencilla y edificante que venía á sancionar mis pensares más intimos y mi conducta en la modesta cátedra, donde años y años llevo diciendo á mis queridos discípulos que procuren ser buenos ante todo, y además, y si tienen tiempo, que procuren encontrar por el camino que me parece más racional, menos expuesto á engaños, una ciencia que yo no tengo y que, por lo mismo, no puedo enseñarles.

Hace tres lustros, yo me presenté en mi cátedra con un sombrero que no estaba de moda; tenía, es claro, buen cuidado de explicar siempre porque en punto á filosofía hay que atender poco á los sombreros que lleven los demás; pero con todo, por conciencia, también advertía siempre que lo corriente entonces no era pensar así.

El positivismo (¡y qué positivismo el que llega á las masas de los ateneos, academias, cátedras, foros, congresos, clubs, anfiteatros y laboratorios!) era en aquellos días, aquí en España, la última palabra. Yo combatía con toda la fuerza de mi convicción las teorías capitales del positivismo, sin negar sus mé-