Ir al contenido

Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/152

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
— 148 —

célebres de uno y otro país que el famoso Montaigne, tan perito en aguas saludables; no había aparato costoso, útil para sus males, que él no hubiera ensayado; en elíxires, extractos y vinos nutrivivos había empleado caudales... y al cabo, viejo, desengañado, hasta con remordimientos por haber creído y predicado tanto aquella religión de la salud á la fuerza y á costa de oro, confesaba con rabia de condenado la impotencia de la riqueza, la inutilidad de las invenciones humanas para impedir las enfermedades necesarias y la muerte.

De tarde en tarde, y como por el placer de ir á insultar á las engañosas drogas, en su casa, cara á cara, se presentaba D. Romualdo en la lujosa tienda de D. Benito, donde tanto gasto había hecho, donde ya no gastaba ni un real. Su tema era repetir á su antiguo protegido:—¿Por qué no te deshaces de toda esta farsa, de toda esta porquería, y pones almacén de juguetes? No es menos serio y es más sincero; así no se engaña á nadie: venderías los cañones, los sables de mentirijillas por lo que son; no dirías: esto es de verdad, sino, es broma.

Notó Bernardo que allí nadie se atrevía á contradecir aquel dogma de la inutilidad de drogas y recetas, caras ó baratas; todos decían amén á los desprecios del ricacho; nadie le proponía tal ó cual específico para ninguno de los infinitos dolores de que se quejaba. En cambio, se tomaban muy en serio las últimas esperanzas de curación que D. Romualdo ponía: 1.º en un apóstol que acababa de lle-