toda su horrible realidad, apremios y embargos inclusive: de otro lado la loca de la casa, que hacía vivir á D. Sinibaldo en perpetua novela interior, en contínua hipótesis histórica. Porque él llamaba así á su manía invencible.
«En la hipótesis,—empezaba á pensar,—de que yo fuera esto y lo otro, y me sucediera tal cosa...»
Y seguía imaginando aventuras, incidentes, episodios, lugares, diálogos, actitudes; en fin, creando un mundo en que se enfrascaba, y á poco, ya tomaba por el único positivo. Esta transformación de la hipótesis en soñada realidad era involuntaria. En esto se parecía el Delegado de Hacienda á no pocos sabios que empiezan inventando también modestamente una hipótesis, y al cabo juran que es la verdad pura y que «no le mana, canalla infame...», con todo lo demás que D. Quijote aseguraba de Dulcinea ó de la modesta Madasima. De su embelesamiento, de su universo fantástico, solía sacarle á D. Sinibaldo algún encuentro brusco con... una esquina, ó un pisotón de un mozo de cordel; y el soñador volvía al triste mundo de los demás, exclamando:
—Animal, ¡mire Ud. por dónde anda!
Sin ver que, por andar él por los espacios imaginarios, era por lo que le pisaba un humilde gallego. De esto hay mucho en la vida, y también en el Don Quijote, al que la vida tanto se parece.