pero, los más, en Madrid residen. ¿Por qué no se les ve? Porque ya no son las golondrinas que alborotan en la plaza y que interrumpen á San Francisco; ya no son los peripatéticos que discuten á voces, azotacalles perennes del estrecho recinto en que se encierra el Madrid espiritual propiamente dicho. Algunos son personajes políticos, y tienen que darse cierto tono; otros se han refugiado en el hogar, desengañados de la Agora... Ello es que no los veo por ningún lado.
Y los antiguos maestros, aquellas lumbreras en que nuestra juventud creía, porque entonces no se había inventado esta división absurda y grosera de jóvenes y viejos; los grandes poetas, los grandes oradores, críticos, moralistas, eruditos, ¿dónde están?
Olvidados del gobierno del mundo y sus monarquías; calentando el cuerpo achacoso al calor de buena chimenea: rodeados de cien precauciones higiénicas: haciendo la vida monástica en un despacho, á que la edad nos irá condenando á todos. ¡Infeliz del viejo que no haya aprendido, antes de serlo, á estar solo muy á su gusto!
Sí; casi todos los maestros son ya viejos; salen poco... ¡Qué tristeza!
Una de las mayores.
Mas, para mí, un consuelo visitarlos.
Cuando hago examen de conciencia y veo mi pequeñez, mis defectos, una de las cosas menos malas que veo en mí, una de las poquísimas que me inclinan á apreciarme todavía un poco, moralmente,