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Página:El gallo de Sócrates (Colección de Cuentos).djvu/216

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los sí; se leen... pero tampoco se entienden. Ya no los escribo yo tampoco... porque no creo en su eficacia. Y buena falta me hace cobrar unas cuantas pesetas... pero ni por esas. No escribo. Mire usted; entre enseñar cosas del alma á gente que no la tiene y empeñar un colchón, prefiero empeñar el colchón. Gasta menos el espíritu... aunque algo lo gasta también... Hasta hace poco, en vez de artículos escribía cartas á los amigos íntimos, capaces de entender; tres ó cuatro. Ahora ya, ni eso; porque, por las contestaciones, veía que no les enseñaba nada nuevo; pensaban lo mismo, sentían lo mismo. Me devolvían mis tristezas en otro estilo y con otra clase de erudición... Así es que ahora, ni cartas. Nada... Nada más que leer... y calentarme los piés, no los cascos... ¿Ha leído usted los versos de Taine á sus gatos? ¡Pocas veces fué tan filósofo de veras el gran crítico como en esos versos!... Ya sé, ya sé que ciertos gusanos literarios me ponen en la lista de sus muertos, y me entierran con Valera, Balart, Campoamor... ¡No es mal panteón!... pero sepan los tales modernistas que yo no soy un muerto de ellos, sino mío. Me he pagado el entierro. Y no soy un enterrado de actualidad. ¡No; soy un Ramsés II, todo un Sesostris! Este ya es mi único orgullo; ser un muerto antiguo, una momia... y mi derecho... el de la muerte también... ¡Que no me anden con los huesos!...

Y al despedirme, incorporándose, me decía:

—Adiós, buen amigo. Dígale usted al mundo que ha visto la momia de Sesostris... en la actitud en