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José Ingenieros

conveniencia; algunas veces por simplicidad, si el prurito de la tentación no inquieta su tontería. Enseñan que es necesario ser como los demás; ignoran que sólo es virtuoso el que anhela ser mejor. Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño e imitemos al rebaño, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía del propio ideal para sentarnos a rumiar la merienda común.

98 La sociedad predica: "no hagas mal y serás honesto". El talento moral tiene otras exigencias: "persigue una perfección y serás virtuoso". La honestidad está al alcance de todos; la virtud es de pocos elegidos. El hombre honesto aguanta el yugo a que le uncen sus cómplices; el hombre virtuoso se eleva sobre ellos con un golpe de ala.

La honestidad es una industria: la virtud excluye el cálculo. No hay diferencia entre el cobarde que modera sus acciones por miedo al castigo y el codicioso que las activa por la esperanza de una recompensa; ambos llevan en partida doble sus cuentas corrientes con los prejuicios sociales.

El que tiembla ante un peligro o persigue una prebenda es indigno de nombrar la virtud: por ésta se arriesgan la proscripción o la miseria. No diremos por eso que el virtuoso es infalible. Pero la virtud implica una capacidad de rectificaciones espontáneas, el reconocimiento leal de los propios errores como una lección para sí mismo y para los demás, la firme rectitud de la conducta ulterior. El que paga una culpa con muchos años de virtud, es como si no hubiera pecado: se purifica. En cambio, el mediocre no reconoce sus yerros, ni se avergüenza de ellos, agravándolos con el impudor, subrayándolos con la reincidencia, duplicándolos con el aprovechamiento de los resultados.

Predicar la honestidad sería excelente si ella no fuera un renunciamiento a la virtud, cuyo norte es la perfección incesante. Su elogio empaña el culto de la dignidad y es la prueba más segura del descenso moral de un pueblo. Encumbrando al interlope se afrenta al severo; por el tolerable se olvida el ejemplar. Los espíritus acomodaticios llegan a aborrecer la firmeza y la lealtad a fuerza de medrar con el servilismo y la hipocresíai