Página:El hombre mediocre. Sexta edición (1926).pdf/176

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
172
José Ingenieros

Jest INGENIEROS

rándolas sin fe; las facciones dispútanse los manejos admministrativos, compitiende en manosear todos los ensueños. La mengua de éstos se disfraza con exceso de pompa y de palabras; acállase cualquier protesta dando participación en los festines; se proclaman las mejores intenciones y se practican bajezas abominables; se miente el arte; se miente la justicia; se miente el carácter. Todo se miente con la anuencia de todos; cada hombre pone precio a su complicidad, un precio razonable que oscila entre un emples y una decoración.

172 Los gobernantes no crean tal estado de cosas Y de espíritus; lo representan. Cuando las naciones dan en bajíos, alguna facción se apodera del engranaje constituído o reformado por hombres geniales. Florecen legisladores, pululan archivistas, cuéntanse los funcionarios por legiones: las le yes se multiplican, sin reforzar por ello su eficacia. Las ciencias conviértense en mecanismos oficiales, en institutos y academias donde jamás brota el genio y el talente mism se le impide que brille; su presencia humillaría con la fuerza del contraste. Las artes tórnanse industrias patrocinadas por el Estado, reaccionario en sus gustos y adverso a toda previsión de nuevos ritmos o de nuevas formas; la imaginación de artistas y poetas parece aguzarse en descubrir las grietas del presupuesto y filtrarse por ellas. En tales épocas los astros no surgen. Huelgan; la sociedad no los necesita; bástale su cohorte de funcionarios. El nivel de los gobernantes desciende hasta marcar el cero: la mediocracia es una confabulación de ceros contra las unidades. Cian políticos torpes, juntos, no valen un estadista genial. Sumad diez ceros, cien, mil, todos los de las matemáticas, y no tendréis cantidad alguna, ni siquiera negativa. Los políticos sin ideal marcan el cero absoluto en el termómetro de la historia, conservándese limpios de infamia y de virtud, equidistantes de Nerón y de Marco Aurelio.

Una apatía conservadora caracteriza a esos períodos; entíbiase la ansiedad de las cosas elevadas, prosperando a su contra el afán de los suntuoses formulismos. Los gobernantes que no piensan parecen prudentes; los que nada hacen titúlanse reposados; los que no roban resultan ejemplares.