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El hombre mediocre

V.—LA ARISTOCRACIA DEL MÉRITO

¿El progresivo advenimiento de la democracia, permitiendo la igualdad de los más, ha dificultado la culminación de los mejores? Es indiferente que se trate de monarquías o de repúblicas; el siglo XIX comenzó a unificar la esencia de los regímenes políticos, nivelando todos los sistemas, aburguesándolos.

Un pensador eminente glosó esta verdad: la mediocracia no tolera las excepciones ilustres. Si el genio es un soliloquio magnífico, una voz de la naturaleza en que habla toda una nación o una raza, ¿no es un privilegio excesivo—se pregunta que uno ahueque la voz en nombre de todos? La democracia reniega de tales soberanos que se encumbran sin plebiscitos v no aducen derechos divinos. Lo que antes fué Verbo en el genio, tórnase ahora palabra y es distribuída entre todos, que, juntos, creen razonar mejor que uno solo.

La civilización parece concurrir a ese lento y progresivo destierro del hombre extraordinario, ensanchando e iluminando las medianías. Cuando los más no sabían pensar, era justo que uno lo hiciese por todos: facultad expuesta a peligrosos excesos. Pero el hombre providencial va siendo innecesario a medida que los más piensan y quieren. "En tanta difusión de la soberanía: ¿qué necesidad hay de grandes epopeyas pensadas, realizadas o escritas?" Esa parece, transitoriamente, la fórmula del nivelamiento, y podría traducirse así: en la medida en que se difunde el régimen democrático restríngese la función de los hombres superiores.

Sería verdad inconcusa, definitiva, si el devenir igualitario fuese una orientación natural de la historia y si, en caso de serlo, se efectuase con ritmo permanente, sin tropiezos.

Y no es así. No lo ha sido nunca; ni lo será, según parece.

La naturaleza se opone a toda nivelación, viendo en la igualdad la muerte; las sociedades humanas, para su progreso moral y estructural, necesitan del genio más que del imbécil y del talento más que de la mediocridad. La historia no confirma la presunción igualitaria: no suprime a