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El hombre mediocre

tas a todos los hombres inferiores. El genio y el idiota son los términos extremos de una escala infinita. Por haberlo olvidado mueven a sonreir las estadísticas y las conclusiones de algunos antropólogos. Reservemos el título a pocos elegidos. Son animadores de una época, transfundiéndose, algunas veces, en su generación y con más frecuencia en las sucesivas, herederas legítimas de sus ideas o de su impulso.

La adulación prodiga a manos llenas el rango de genios a los poderosos; imbéciles hay que se lo otorgan a sí mismos. Hay, sin embargo, una medida para apreciar la genialidad; si es legítima, se reconoce por su obra, honda en su raigambre y vasta en su floración. Si poeta, canta un ideal; si sabio, lo define; si santo, lo enseña; si héroe, lo ejecuta.

Pueden adivinarse en un hombre joven las más conspicuas aptitudes para alcanzar la genialidad; pero es difícil pronosticar si las circunstancias convergerán a que ellas se conviertan en obras. Y mientras no las vemos, toda apreciación es caprichosa. Por eso, y porque ciertas obras geniales no se realizan en minutos, sino en años, un hombre de genio puede pasar desconocido en su tiempo y ser consagrado por la posteridad. Los contemporáneos no suelen marcar el paso a compás del genio, pero si éste ha cumplido su destino una nueva generación estará habilitada para comprenderlo.

En vida, muchos hombres de genio son ignorados, proscriptos, desestimados o escarnecidos. En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pues se adaptan mejor a las modas ideológicas reinantes; para la gloria sólo cuentan las obras inspiradas por un ideal y consolidadas por el tiempo, que es donde triunfan los genios. Su victoria no depende del homenaje transitorio que pueden otorgarle o negarle los demás, sino de su propia capacidad para cumplir su misión. Duran a pesar de todo, aunque Sócrates beba la cicuta, Cristo muera en la cruz o Bruno agonice en la hoguera: fueron los órganos vitales de funciones necesarias en la historia de los pueblos o de la doctrinas. Y el genio se reconoce por la remota eficacia de su esfuerzo o