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El hombre mediocre

táculos subalternos y anónimos acosaron su titánica personalidad, robustecida por la brega.

Los espíritus vulgares ceñían a Sarmiento por todas partes, con la fuerza del número, irresponsables ante el porvenir. Y él marchaba sin contar los enemigos, desbordante y hostil, ebrio de batallar en una atmósfera grávida de tempestades, sembrando a todos los vientos, en todas las horas, en todos los surcos. Despreciaba el motejo de los que no le comprendían; la videncia del juicio póstumo era el único lenitivo a las hericdas de sus contemporáneos le prodigaban.

Su vida fué un perpetuo florecimiento de esperanzas en un matorral de espinas.

Para conservar intactos sus atributos, el genio necesita períodos de recogimiento; el contacto prolongado con la mediocridad despunta las ideas originales y corroe los caracteres más adamantinos. Por eso, con frecuencia, toda superioridad es un destierro. Los grandes pensadores tórnanse solitarios; parecen proscriptos en su propio medio. Se mezclan a él para combatir o predicar, un tanto excéntricos cuando no hostiles, sin entregarse nunca totalmente a gobernantes ni a multitudes. Muchos ingenios eminentes, arrollados por la marea colectiva, pierden o atenúan su originalidad, empañados por la sugestión del medio; los prejuicios, más arraigados en el individuo, subsisten y prosperan; las ideas nuevas, por ser adquisiciones personales de reciente formación, se marchitan. Para defender sus frondas más tiernas el genio busca aislamientos parciales en sus invernáculos propios. Si no quiere nivelarse demasiado, necesita de tiempo en tiempo mirarse por dentro, sin que esta defensa de su originalidad equivalga a una misantropía.

Lleva consigo las palpitaciones de una época o de una generación, que son su finalidad y su fuerza: cuando se retira se encumbra. Desde su cima formula con firme claridad aquel sentimiento, doctrina o esperanza que en todos se incuba sordamente. En él adquieren claridad meridiana los confusos rumores que serpentean en la inconciencia de sus contemporáncos. Tal, más que en ningún otro genio de la his toria, se plasmó en Sarmiento el concepto de la civilización