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José Ingenieros

temor á las espinas; los virtuosos saben que es necesario acometer las más punzantes para coger las flores mejor perfumadas.

El honesto es enemigo del santo, como el rutinario lo es del genio; á éste le llama «loco» y al otro lo juzga «amoral». Y se explica: los mide con su propia medida, en que ellos no caben. En su diccionario, «cordura» y «moral» son los nombres que él reserva á su propia mediocridad. Para su moral de sombras, el hipócrita es honesto; el virtuoso y el santo, que la exceden, parécenle «amorales», y con esta calificación les endosa veladamente cierta inmoralidad...

Son hombres de pacotilla, hechos con retazos de catecismo y con sobras de vergüenza: el primer oferente los puede comprar á bajo precio. Con frecuencia mantiénense honestos por conveniencia; algunas veces por simplicidad: el prurito de la tentación no inquieta su tontería banal. Enseñan que es necesario ser como los demás; el virtuoso anhela ser mejor. Cuando nos dicen al oído que renunciemos al ensueño é imitemos al rebaño, no tienen valor de aconsejarnos derechamente la apostasía del propio ideal para complicarnos en la merienda ajena.

La mediocridad predica: «no hagas mal y serás honesto». El talento moral tiene otras exigencias: «persigue una perfección y serás virtuoso». La honestidad está al alcance de todos; la virtud es de pocos elegidos. El hombre honesto aguanta el freno con que lo sujetan sus cómplices; el hombre