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José Ingenieros

que cambiarlos con frecuencia equivale á no tenerlos. Mientras en los hipócritas las complicidades se extinguen con el interés que las determina, en los caracteres leales la amistad dura tanto como los méritos que la inspiran.

Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato. Invierte las fórmulas del reconocimiento: aspira á la divulgación de los favores que hace, sin ser por ello sensible á los que recibe. Multiplica por mil lo que da y divide por un millón lo que acepta. Ignora la gratitud,—virtud de elegidos,—esa inquebrantable cadena remachada para siempre en los corazones sensibles por los que saben dar á tiempo y cerrando los ojos. Á veces son ingratos sin saberlo, por simple error de su contabilidad sentimental. Para evitar la ingratitud ajena sólo se les ocurre no practicar el bien; cumplen su decisión sin esfuerzo, limitándose á ejercer sus formas ostensibles, en la proporción que pueda convenir á su sombra. Sus sentimientos son otros; el hipócrita sigue siendo honesto aunque practique la ingratitud.

La psicología de Tartufo sería incompleta si olvidáramos que coloca en lo más hermético de sus tabernáculos todo lo que anuncia el florecer de pasiones inherentes á la condición humana. Frente al pudor instintivo, casto por definición, los hipócritas han organizado un pudor convencional, que es impúdico y corrosivo. La capacidad de amar, cuyas efervescencias santifican la vida misma, eternizándola, les parece inconfesa