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José Ingenieros

III.—Los tránsfugas de la honestidad.

Mientras el hipócrita merodea en la penumbra, el inválido moral se refugia en la obscuridad. En el crepúsculo medra el vicio, que la mediocridad ampara; en la noche irrumpe el delito, reprimido por leyes que la sociedad forja. Desde la hipocresía consentida hasta el crimen castigado, la transición es insensible: la noche se incuba en el crepúsculo. De la honestidad convencional se pasa á la infamia gradualmente, por matices leves y concesiones sutiles. En eso está el peligro de la conducta acomodaticia y vacilante.

Los tránsfugas de la moral son rebeldes á la domesticación; desprecian la prudente cobardía de Tartufo. Ignoran su equilibrismo, no saben simular, agreden los prejuicios consagrados; y como la sociedad no puede tolerarlos sin comprometer su propia existencia, ellos tienden sus guerrillas, desembozadamente, contra ese mismo orden social cuya custodia obsesiona á los mediocres.

Comparado con el inválido moral, el hombre honesto parece una alhaja. Esa distinción es necesaria; hay que hacerla en su favor, seguros de que él la reputará honrosa. Si es incapaz de ideal, también lo es de crimen; sabe disfrazar sus instintos, encubre el vicio, elude el delito. En los otros, en cambio, toda perversidad brota á flor de piel, como una erupción pustulosa; son incapaces de sostenerse en la hipocresía, como los idiotas lo son