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El hombre mediocre

va plasmando en las variaciones reales de la vida social. Los mediocres practican rutinariamente la honestidad corriente, sin esfuerzo alguno por mejorarse; los virtuosos ascienden por mil senderos hacia cumbres que se alejan sin cesar, hacia el infinito.

Sobre cada uno de los sentimientos útiles para la vida humana puede florecer una virtud, una forma de talento moral. Hay filósofos que meditan durante largas noches insomnes, sabios que sacrifican su vida en los laboratorios, patriotas que mueren por la libertad de sus conciudadanos, altivos que renuncian todo favor que tenga por precio su dignidad, madres que sufren la miseria custodiando el honor de sus hijos. El hombre mediocre no conoce esas virtudes: se limita á ser honesto, adhiriendo á todas las hipocresías, cumpliendo las leyes por temor de las penas que amenazan á quien las viola, trabajando con afán de lucro ó sed de vanidad, guardando la honra por no arrostrar las consecuencias de perderla.

Así como hay una gama de intelectos, cuyos tonos fundamentales son la inferioridad, la mediocridad y el talento,—aparte del idiotismo y el genio, que ocupan sus extremos,—hay también una jerarquía moral representada por términos equivalentes. En el fondo de esas desigualdades hay una profunda heterogeneidad de temperamentos. La conformación á los catecismos ajenos resulta fácil para los hombres débiles, crédulos, timoratos, sin grandes deseos, sin pasiones vehe