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José Ingenieros

lo sea. En cambio el torpe y el ignorante no pueden serlo nunca, irremisiblemente.

La moralidad es tan importante como la inteligencia en la composición global del carácter. Los más grandes espíritus son los que asocian las luces del intelecto con las magnificencias del corazón. La «grandeza de alma» es bilateral. Son raros esos talentos completos ó poliédricos; son excepcionales esos genios. Así lo enseñan los epítomes de psicología escolar. Los caracteres perfectamente equilibrados son rarezas. Los hombres excelentes brillan por esta ó aquella aptitud, sin resplandecer en todas; hay asimismo talentos de alguna aptitud intelectual, que no lo son en virtud alguna, y hombres virtuosos que no asombran por sus dotes intelectuales.

Ambas formas de talento, aunque distintas y cada una multiforme, son igualmente necesarias y merecen el mismo homenaje. Pueden observarse aisladas; suelen germinar al unísono en el hombre excelente. Aisladas poco valen. La virtud es inconcebible en el imbécil y el ingenio es infecundo en el desvergonzado. La subordinación de la moralidad á la inteligencia es un renunciamiento de toda dignidad; el más ingenioso de los hombres sería detestable cuando pusiera su ingenio al servicio de la rutina, del prejuicio ó del servilismo: sus triunfos serían su vergüenza, no su gloria. Por eso dijo Cicerón, ha muchos siglos: «Cuanto más fino y culto es un hombre, tanto más repulsivo y sospechoso se vuelve si pierde su reputación de