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El hombre mediocre

mo en Palante: exhibe las solidarias complicidades con que los mediocres resisten las iniciativas de los originales, agrupándose en modos diversos según sus intereses de clase, jerarquía ó funciones.

Donde hubo esclavos y siervos se plasmaron caracteres serviles. Vencido, no lo mataban: lo hacían trabajar en provecho propio. Uncido al yugo, tembloroso ante el látigo, el esclavo doblábase bajo coyundas que grababan en su carácter la domesticidad. Algunos—dice la historia—fueron rebeldes ó alcanzaron dignidades: su rebeldía fué siempre un gesto de animal hambriento y su éxito fué el precio de complicidades en vicios de sus amos. Llegados al ejercicio de alguna autoridad, practicaron la deslealtad y la ingratitud: tornáronse despóticos, desprovistos de ideales que los detuvieran ante ninguna infamia, como si quisieran con sus abusos olvidar la servidumbre sufrida anteriormente. Gil Blas fué el más bajo de los favoritos.

El tiempo y el ejercicio adaptan á la vida servil. El hábito de resignarse para medrar crea resortes cada vez más sólidos, automatismos que destiñen para siempre todo rasgo individual. El quitamotas Gil Blas se mancha de estigmas que lo hacen inconfundible con el hombre digno. Aunque emancipado, sigue siendo lacayo y da rienda suelta á bajos instintos.

La costumbre de obedecer engendra una mentalidad doméstica. El que nace de siervos la trae acentuada, según Aristóteles. Hereda hábitos ser