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José Ingenieros

kespeare ó Sarcey no vacilaría un minuto: murmuraría del primero con la firma del segundo.

Los espíritus rutinarios son rebeldes á la admiración: no reconocen el fuego de los astros porque nunca han tenido en sí una chispa. Jamás se entregan de buena fe á los ideales ó las pasiones que les toman del corazón; prefieren oponerles mil razonamientos para privarse del placer de admirarlos. Confundirán todo lo equívoco con todo lo cristalino, la mansedumbre con la dignidad, la honestidad con la virtud, la vanidad con el orgullo, rebajando todo ideal hasta las bajas intenciones que supuran en sus cerebros impropios. Desmenuzarán todo lo bello, olvidando que el trigo molido en harina no puede ya germinar en áureas espigas, frente al sol. «Es un gran signo de mediocridad—dijo Leibnitz—elogiar siempre moderadamente.» Pascal decía que los espíritus vulgares no encuentran diferencias entre los hombres: se descubren más tipos originales á medida que se posee mayor ingenio. El verdadero mediocre es parvificente; admira un poco todas las cosas, pero nada le merece una admiración decidida. El que no admira lo mejor, no puede mejorar. El que ve los defectos y no las bellezas, las culpas y no los méritos, las discordancias y no las armonías, muere en el bajo nivel donde vejeta con la ilusión de ser un crítico. Los que no saben admirar no tienen porvenir, están inhabilitados para ascender hacia una perfección ideal. Es una cobardía aplacar la admiración; hay que cultivarla como un fuego sagra