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José Ingenieros

hablar y creen decir lo que piensan, aunque cada uno sólo acierta á repetir dogmas sectarios ó auspiciar voracidades oligárquicas. Esa chatura moral es más grave que la aclimatación á la tiranía; nadie puede volar donde todos se arrastran. Conviénese en llamar urbanidad á la hipocresía, distinción al amaricamiento, cultura á la timidez, tolerancia á la complicidad; la mentira proporciona estas denominaciones equívocas. Y los que así mienten son enemigos de sí mismos y de la patria, deshonrando en ella á sus padres y á sus hijos, carcomiendo la dignidad común.

En esos paréntesis de alcornocamiento aventúranse las mediocracias por senderos innobles. La obsesión de acumular tesoros materiales, ó el torpe afán de usufructuarlos en la holganza, borra del espíritu colectivo todo rastro de ensueño. Los países dejan de ser patrias. Cualquier ideal agoniza ó muere; van desmereciendo el ingenio y el mérito. Los filósofos, los sabios y los artistas están de más; la pesadez de la atmósfera cierra sus alas y dejan de volar. Su presencia estorba á traficantes y judíos, á todos los que trabajan por lucrar, á los esclavos del ahorro ó de la avaricia. Las cosas del espíritu son despreciadas. No siéndole propicio el clima sus cultores son contados. No llegan á inquietar á las mediocracias; están proscritos dentro del país, que mata á fuego lento sus ideales, sin necesitar desterrarlos. Cada hombre queda preso entre mil sombras que lo rodean y lo paralizan.