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El hombre mediocre

intimidaciones de los gacetilleros, á las influencias de las sacristías. Su conducta trasluce febledad con cuantos les acechan; ni basta para ocultarlo su aparatoso enfestar contra molinos de viento. Cuando llegan al poder lo renuncian de hecho, convencidos de su impotencia para usarlo; se entregan al curso de la ría, como los nadadores incipientes. Jinetes de potros cuyo voltigeo ignoran, cierran los ojos y abandonan las riendas: esa ineptitud para asirlas con sus manos inexpertas, llámanla sumisión á la democracia.

El favoritismo es su esclavitud frente á cien intereses que los acosan; ignoran el sentimiento de la justicia y el respeto del mérito. El verdadero justo resiste á la tentación de no serlo cuando en ello tiene un beneficio; el mediocre cede siempre. Profesa una abstracta equidad en los casos que no hieren al valimiento de sus cómplices; pero se complica de hecho en todas las zirigañas de los serviles. Nunca, absolutamente, puede haber justicia en preferir el lacayo al digno, el oblicuo al recto, el ignorante al estudioso, el intrigante al gentilhombre, el medroso al valiente. Ésa es la regla de las mediocracias: anteponer el valimiento al mérito. En el favoritismo se empantanan los que pisan firme y avanzan los que se arrastran mansos: como en los tembladerales. Cuando el mérito enrostra sus yerros á los arquetipos, arguyen éstos humildemente que no son infalibles; pero está su vileza en subrayar la disculpa con tentadores ofrecimientos, acostumbrados á comer