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El hombre mediocre

ración, todo un pueblo, toda una raza. Sarmiento sintetizaba una era en nuestra latinidad americana. Su acercamiento á las facciones, compuestas por amalgamas de mediocres, tenía reservas y reticencias, eran simples tanteos hacia un fin claramente previsto, para cuya consecución necesitó ensayar todos los medios. Genio ejecutor, el mundo parecíale pequeño para abarcarle entre sus brazos; sólo pudo ser suyo el lema inequívoco: «las cosas hay que hacerlas; mal, pero hacerlas».

Ninguna empresa le pareció indigna de su esfuerzo; en todas ellas llevó como única antorcha su Ideal. Habría preferido morir de sed antes que abrevarse en el manantial de la rutina. Miguelangelesco escultor de la civilización, tuvo siempre libres las manos para modelar instituciones é ideas, libres de cenáculos y de partidos, libres para golpear tiranías, para aplaudir virtudes, para sembrar verdades á puñados. Entusiasta por la Patria, cuya grandeza supo mirar como la de una propia hija, fué también despiadado con sus vicios, cauterizándolos con la serena crueldad de un cirujano.

La unidad de su obra es profunda y absoluta, no obstante las aparentes contradicciones entre su conducta y su medio. Entre alternativas extremas, Sarmiento conservó la línea de su carácter hasta la muerte. Su madurez siguió la orientación de su juventud; llegó á los ochenta años perfeccionando las originalidades que había adquirido á los treinta. Se equivocó innumerables veces, tantas como sólo puede concebirse en un hombre que vivió