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El hombre mediocre

sólo presenta los desequilibrios inherentes á su exuberancia. Sus descubrimientos, grandes y útiles, nunca fueron elaborados al acaso ni en la inconsciencia, sino por una vasta preparación; no fueron frutos de un cerebro carcomido por la herencia ó los tóxicos, sino de engranajes perfectamente entrenados; no ocurrencias, sino cosechas de siembras previas; jamás casualidades, sino claramente previstos y anunciados.

El genio es una alta armonía; necesita serlo. Es paradoja ridícula sospechar un degenerado en todo grande hombre; es absurdo suponer caídos bajo el nivel común á esos mismos que la admiración de los siglos coloca por encima de todos. Las obras geniales sólo pueden ser realizadas por cerebros mejores que los demás; el proceso de la creación, aunque tenga fases inconscientes, sería imposible sin una clarividencia de su finalidad. Antes que improvisarse en horas de ocio, opérase tras largas meditaciones y es oportuno, llegando á tiempo de servir como premisa ó punto de partida para nuevas doctrinas y corolarios. Nunca tal equilibrio de la obra genial será más evidente que en la de Ameghino: si hubiéramos de juzgar por ella, el genio se nos presentaría como la suprema excelsitud en su propio dominio mental. Esto no excluye que la degeneración y la locura puedan coexistir con la imaginación creadora, afectando especiales dominios; pero la capacidad para las síntesis más vastas no necesita ser desequilibrio ni enfermedad. Ningún genio lo fué por su locura;