IV.—La vulgaridad.
La psicología de los hombres mediocres caracterízase por rasgos comunes. La incapacidad de concebir una perfección impídeles formarse un ideal. Son rutinarios, honestos y mansos; piensan con la cabeza de los demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter á las domesticidades convencionales. Están fuera de su órbita el ingenio, la virtud y la dignidad, privilegios de los caracteres excelentes; sufren de ellos y los desdeñan. Son ciegos para las auroras, opacos á las originalidades é insensibles á las emociones; ignoran la quimera, el anhelo y la pasión. Condenados á vegetar sin ideales, no sospechan que hay cumbres más allá de sus horizontes.
El horror de lo desconocido los ata á mil prejuicios, tornándoles timoratos é indecisos; nada aguijonea su curiosidad; carecen de iniciativa y miran siempre al pasado, como si tuvieran los ojos en la nuca.
Son incapaces de virtud; no la conciben ó les exige demasiado esfuerzo. Ningún afán de santidad alborota la sangre en su corazón; á veces no delinquen por incapacidad de afrontar el remordimiento.
No vibran á las tensiones más altas de la energía; son fríos, aunque ignoren la serenidad; apáticos, sin ser previsores; acomodaticios siempre, nunca equilibrados. No saben estremecerse de es