zillamente, del miſmo modo, y manera que ella los concebia, ſin buſcar artificioſo rodeo de palabras para encarecerlos. No auia la fraude, el engaño, ni la malicia, mezclandoſe con la verdad, y llaneza. La juſticia ſe eſtaua en ſus propios terminos, ſin que la oſaſſen turbar, ni ofender los del fauor, y los del intereſſe, que tanto aora la menoſcaban, turban, y perſiguen. La ley del encaxe, aun no ſe auia ſentado en el entendimiento del juez, porque entonces no auia que juzgar, ni quien fueſſe juzgada. La donzellas, y la honeſtidad andauan, como tengo dicho, por donde quiera, ſola, y ſeñora, ſin temor que la agena deſemboltura, y laſciuo intento la menoſcabaſsẽ, y ſu perdicion nacida de ſu guſto, y propia voluntad. Y aora en eſtos nueſtros deteſtables ſiglos, no eſtâ ſegura ninguna, aunque la oculte, y cierre otro nueuo laberinto como el de Creta, porq̃ alli por los reſquicios, o por el ayre, con el zelo de la maldita ſolicitud, ſe les entra la amoroſa peſtilencia, y les haze dar con todo ſu recogimiento al traſte. Para cuya ſeguridad, andando mas los tiempos, y creciendo mas la malicia, ſe inſtituyò la orden de los caualleros andantes, para defender las donzellas, amparar las biudas, y ſocorrer a los huerfanos, y à los meneſteroſos. Deſta orden ſoy yo hermanos cabreros, aquien agradezco el agaſſajo, y buen acogimiento que hazeys a mi, y á mi eſcudero: que aunq̃ por ley natural, eſtan todos los que viuen obligados a fauorecer â los caualleros andantes, toda via por ſaber, q̃ ſin ſaber voſotros eſta obligaciõ, me acogiſtes, y regalaſtes, es razon, que con la voluntad a mi poſsible, os agradezca la vueſtra. Toda eſta larga arenga (q̃ ſe pudiera muy bien eſcuſar) dixo nueſtro cauallero, porque las bellotas que le dierõ, le truxerõ a la memoria la edad dorada: y antojoſele hazer aquel inutil razonamiento a los cabreros, que ſin reſpondelle palabra, embobados, y ſuſ-
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Apariencia