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Tras éste pasó otro carro de la misma manera con otro viejo entronizado, el cual haciendo que el carro se detuviese, con voz no menos grave que el otro, dijo:

1 —Yo soy el sabio Alquife, el grande amigo de Urganda la desconocida, y pasó adelante.

Luego por el mismo continente llegó otro carro; pero el que venía sentado en el trono no era viejo como los demás, sino hombrón robusto y de mala catadura, el cual, al llegar, levantándose en pie como los otros, dijo con voz más ronca y más endiablada:

—Yo soy Arcalaus el encantador, enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela, y pasó adelante.

Poco desviados de allí hicieron alto estos tres carros, y cesó el enfadoso ruido de sus ruedas; y luego no se oyó otro ruido, sino un són de una suave y concertada música formado, con que Sancho se alegró, y lo tuvo á buena señal, y así dijo á la duquesa, de quien un punto ni un paso se apartaba:

—Señora, donde hay música no puede haber cosa mala.

—Tampoco donde hay luces y claridad, respondió la duquesa.

A lo que replicó Sancho:

—La luz da el fuego, y claridad las hogueras, como lo vemos en las que nos cercan, y bien podría ser que nos abrasasen; pero la música siempre es indicio de regocijo y de fiestas.

—Ello dirá, dijo don Quijote, que todo lo escuchaba; y dijo bien, como se muestra en el capítulo siguiente..