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nea inclinó la cabeza á los duques, y hizo una gran reverencia á Sancho: y ya en esto se venía á más andar el alba alegre y risueña: las florecillas de los campos se descollaban y erguían, y los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blancas y pardas guijas, iban á dar tributo á los ríos que los esperaban la tierra alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos daban manifiestas señales que el día, que á la aurora venía pisando las faldas, había de ser sereno y claro. Y satisfechos los duques de la caza, y de haber conseguido su intención tan discreta y felicemente, se volvieron á su castillo con prosupuesto de segundar en sus burlas, que para ellos no había veras que más gusto les diesen.

1 CAPITULO XXXVI

Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la Dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió á su mujer Teresa Panza.

Tenía un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos, y hizo que un paje hiciese á Dulcinea. Finalmente, con intervención de sus señores ordenó otra del más gracioso y estraño artificio que puede imaginarse. Preguntó la duquesa á Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea. Dijo que sí, y que aquella