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hubiese visto. Sancho andaba mirando por la Dolorida, por ver qué rostro tenía sin las barbas, y si era tan hermosa sin ellas como su gallarda disposición prometía; pero dijéronle que así como Clavileño bajó ardiendo por los aires y dió en el suelo, todo el escuadrón de las dueñas con la Trifaldi había desaparecido, y que ya iban rapadas y sin cañones. Preguntó la duquesa á Sancho que cómo le había ido en aquel largo viaje. A lo cual Sancho respondió:

—Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos; pero mi amo, (á quien pedí licencia para descubrirme) no lo consintió; mas yo, que tengo no sé qué briznas de curioso, y de desear saber lo que se me estorba é impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto á las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella poco mayores que avellanas, porque se vea cuán altos debíamos de ir enton, ces.

A esto dijo la duquesa:

—Sancho amigo, mirad lo que decís, que á lo que me parece vos no visteis la tierra, sino los hombres que andaban sobre ella; y está claro que si la tierra os pareció como un grano de mostaza, y cada hombre como una avellana, un hombre solo había de cubrir toda la tierra.

—Así es verdad, respondió Sancho; pero con todo eso la descubrí por un ladito, y la ví toda.

—Mirad, Sancho, dijo la duquesa, que por un ladito no se ve el todo de lo que se mira.