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1 donde están las siete cabrillas que Sancho dice, sin abrasarnos: y pues no nos asamos, ó Sancho miente, ó Sancho sueña.

—Ni miento ni sueño, respondió Sancho, si no, pregúntenme las señas de tales cabras, y por ellas verán si digo verdad ó no.

—Dígalas pues, Sancho, dijo la duquesa.

—Son, respondió Sancho, las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla.

—Nueva manera de cabras es esa, dijo el duque, y por esta nuestra región del suelo no se usan tales colores.

—Bien claro está eso, dijo Sancho: sí, que diferencia ha de haber de las cabras del cielo á las del suelo.

—Decidme, Sancho, preguntó el duque, ¿visteis allá entre esas cabras algún cabrón?

—No, señor, respondió Sancho; pero of decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna.

No quisieron preguntarle más de su viaje, porque les pareció que llevaba Sancho hilo de pasearse por todos los cielos, y dar nuevas de cuanto allá pasaba, sin haberse movido del jardín. En resolución este fué el fin de la aventura de la Dueña Dolorida, que dió que reir á los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y qué contar á Sancho siglos si los viviera: y llegándose don Quijote á Sancho Panza al oído, le dijo:

—Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis á mí lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más.