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hasta dos docenas de puntos de una media, que quedó hecha celosía. Afligióse en extremo el buen señor, y diera él por tener allí un adarme de seda verde, una onza de plata: digo seda verde porque las medias eran verdes. Aquí exclamó Benengeli, y escribiendo dijo: ¡Oh pobreza, pobreza! no sé yo con qué razón se movió aquel gran poeta cordobés á llamarle dádiva santa desagradecida: yo, aunque moro, bien sé por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fe, obediencia, y pobreza; pero con todo eso digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere á contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: Tened todas las cosas como si no las tuviésedes, y á esto llaman pobreza de espíritu; pero tú, segunda pobreza (que eres de la que yo hablo), ¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente? ¿Por qué los obligas á dar pantalla á los zapatos, y á qué los botones de sus ropillas unos sean de seda, otros de cerdas y otros de vidrio? ¿Por qué sus cuellos por la mayor parte han de ser siempre escarolados y no abiertos con molde? (y en esto se echará de ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos) y prosiguió: miserable del bien nacido que va dando pistos á su honra, comiendo mal y á puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale á la calle después de no haber comido cosa que le obligue á limpiárselos miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo, y la hambre de su estómago. Todo esto se le renovó á don Qui— -