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encontinente la mano debajo del herreruelo, mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la mano, y dijo: He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la obra á vista de veedores del oficio.

1 Todos los presentes se rieron de la multitud de las caperuzas y del nuevo pleito. Sancho se puso á considerar un poco y dijo:

—Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego á juicio de buen varón, y así doy por sentencia, que el sastre pierda las hechuras y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven á los presos de la cárcel, y no hay más.

Si la sentencia de la bolsa del ganadero movió á admiración á los circunstantes, esta les provocó á risa; pero en fin se hizo lo que mandó el gobernador, ante el cual se presentaron dos hombres ancianos: el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo:

—Señor, á este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese: pasáronse muchos días sin pedírselos por no ponerle en mayor necesidad de volvérmelos que la que él tenía cuando yo se los presté ; pero por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega, y dice que nunca tales diez escudos le presté; y que si se los presté, ya me los ha vuelto; yo no tengo testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto: querría que vuesa merced le tomase