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—¿Porqué huías, hombre? preguntó Sancho.

A la que el mozo respondió:

—Señor, por.escusar de responder á las muchas preguntas que las justicias hacen.

—¿Qué oficio tienes ?

Tejedor.

—¿Y qué tejes?

—Hierros de lanzas, con licencia buena de vuesa merced.

—Graciosico me sois? ¿de chocarrero os picáis? Está bien: ¿y adónde íbades ahora?

—Señor, á tomar el aire.

—¿Y adónde se toma el aire en esta ínsula?

—Adonde sopla.

—Bueno, respondéis muy á propósito; discreto sois, mancebo; pero haced cuenta que yo soy el aire, y que os soplo en popa, y os encamino á la cárcel. Asidle, hola, y llevadle, que yo haré que duerma allí sin aire esta noche.

—Par Dios dijo el mozo, así me haga vuesa merced dormir en la cárcel como hacerme rey.

—Pues por qué no te haré yo dormir en la cárcel? respondió Sancho; no tengo yo poder para prenderte y soltarte cada y cuando que quisiere?

—Por más poder que vuesa merced tenga, dijo el mozo, no será bastante para hacerme dormir en la cárcel.

—¿Cómo que no? replicó Sancho: llevalde luego, donde verá por sus ojos el desengaño, aunque más el alcaide quiera usar con él de su interesada liberalidad, que yo le pondré pena de dos mil ducados si to deja salir un paso de la cárcel.

—Todo eso es cosa de risa, respondió el mozo; el caso es que no me harán dormir en la cárcel cuantos hoy viven.