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tes os vean gozar en paz tranquila los días (que los de Néstor sean) que os quedan de la vida.

Aquí alzó otra vez la voz maese Pedro, y dijo:

—Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.

No respondió nada el intérprete, antes prosiguió diciendo:

—No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó tocar al arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el són de las campanas, que en todas las torres de las mezquitas suenan.

—Eso no, dijo á esta sazón don Quijote; en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña, sin duda es un gran disparate.

Lo cual oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo:

—No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se presentan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates y con todo eso corren felicísimamente su carrera y se escuchan, no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir, que como yo llene mi talego, siquiera represente más impropiedades que tiene átomos el sol.

—Así es la verdad, replicó don Quijote; y el muchacho dijo:

—Miren cuánta y cuán lucida caballería sale de