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tas del sueño; pero don Quijote, á quien desvelaban sus imaginaciones mucho más que la hambre, no podía pegar sus ojos, y antes iba y venía con el pensamiento por mil géneros de lugares. Ya le parecía hallarse en la cueva de Montesinos, ya ver brincar y subir sobre su pollina á la convertida en labradora Dulcinea, ya que le sonaban en los oídos las palabras del sabio Merlín que le refería las condiciones y diligencias que se habían de hacer y tener en el desencanto de Dulcinea. Desesperábase de ver la flojedad y caridad poca de Sancho su escudero, pues á lo que creía sólo cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban, y desto recibió tanta pesadumbre y enojo, que hizo este discurso. Si nudo gordiano cortó el magno Alejandro, diciendo:

tanto monta cortar como desatar, y no por eso dejó de ser universal señor de toda la Asia, ni más ni menos podría suceder ahora en el desencanto de Dulcinea, si yo azotase á Sancho á pesar suyo:

que si la condición deste remedio está en que Sancho reciba los tres mil y tantos azotes, ¿qué se me da á mí que se los dé él ó que se los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba, lleguen por do llegaren? Con esta imaginación se llegó á Sancho, habiendo primero tomado las riendas de Rocinante, y acomodándolas en modo que pudiese azotarle con ellas, comenzóle á quitar las cintas, que es opinión que no tenía más que la delantera, en que se sustentaban los gregüescos; pero apenas hubo llegado, cuando Sancho despertó en todo su acuerdo y dijo:

—¿Qué es esto? ¿quién me toca y desencinta?

—Yo soy, respondió don Quijote, que vengo á suplir tus faltas y á zemediar mis trabajos: vén