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Sancho pidió maese Pedro dos reales por el trabajo de tomar el mono.

—Dáselos, Sancho, dijo don Quijote, no para tomar el mono, sino la mona, y docientos diera yo ahora en albricias á quien me dijera con certidumbre que la señora doña Melisendra y el señor don Gaiferos estaban ya en Francia y entre los suyos.

—Ninguno nos lo podrá decir mejor que mi mono, dijo maese Pedro, pero no habrá diablo que ahora le tome, aunque imagino que el cariño y la hambre le han de forzar á que me busque esta noche, y amanecerá Dios y verémonos.

En resolución, la borrasca del retablo se acabó, y todos cenaron en paz y en buena compañía á costa de don Quijote, que era liberal en todo estremo. Antes que amaneciese se fué el que llevaba las lanzas y las alabardas; y ya después de amanecido se vinieron á despedir de don Quijote el primo y el paje, el uno para volverse á su tierra, y el otro á proseguir su camino, para ayuda del cual le dió don Quijote una docena de reales. Maese Pedro no quiso volver á entrar en más dimes ni diretes con don Quijote, á quien él conocía muy bien, y así madrugó antes que el sol, y cogiendo las reliquias de su retablo y su mono, se fué también á buscar sus aventuras. El ventero que no conocía á don' Quijote, tan admirado le tenían sus locuras como su liberalidad. Finalmente, Sancho le pagó muy bien por orden de su señor; y despidiéndose dél casi á las ocho del día, dejaron la venta y se pusieron en camino, donde los dejaremos ir, que así conviene para dar lugar á contar otras cosas pertenecientes á la declaración desta famosa historia.