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en otra, como no sea de las reinas de las lenguas griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel: y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores, el uno el doctor Cristóbal de Figueroa en su Pastor Fido, y el otro don Juan de Jáuregui en su Aminta, don de felizmente ponen en duda cual es la tradución, ó cual es el original. Pero dígame vuesa merced, ¿este libro imprímese por su cuenta, ó tiene ya vendido el priviligio á algún librero?

—Por mi cuenta lo imprimo, respondió el autor, y pienso ganar mil ducados por lo menos con esta primera impresión, que ha de ser de dos mil cuerpos, y se han de despachar á seis reales cada uno en daca las pajas.

—Bien está vuesa merced en la cuenta, reapondió don Quijote: bien parece que no sabe las entradas y salidas de los impresores, y las correspondencias que hay de unos á otros. Yo le prometo que cuando se vea cargado de dos mil cuerpos de libros, vea tan molido su cuerpo, que se espante, y más si el libro es un poco avieso y nada picante.

—Pues qué, dijo el autor, quiere vuesa merced que se lo dé á un librero, que me dé por el privilegio tres maravedís, y aún piensa que me