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—Todo eso me parece de perlas, respondió Sancho; y si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado.

—Pues ni él ni las armas, replicó don Quijote, quiero que se ahorquen, porque no se diga que á buen servicio mal galardón.

2017 —Muy bien dice vuesa merced, respondió Sancho, porque según opinión de discretos, la culpa del asno no se ha de echar á la albarda; y pues deste suceso vuesa merced tiene la culpa, castíguese á sí mesmo, y no revienten sus iras por las ya rotas y sangrientas armas, ni por las mansedumbres de Rocinante, ni por la blandura de mis pies, queriendo que camine más de lo justo.

En estas razones y pláticas se les pasó todoaquel día, y aun otros cuatro, sin sucederles cosa que estorbase su camino, y al quinto día á la entrada de un lugar hallaron á la puerta de un mesón mucha gente, que por ser fiesta se estaba allí solazando. Cuando llegaba á ellos don Quijote un labrador alzó la voz, diciendo:

—Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta.

—Sí diré por cierto, respondió don Quijote, con toda rectitud, si es que alcanzo á entenderla.

—Es pues el caso, dijo el labrador, señor bueno, que un vecino deste lugar, tan gordo que pesa once arrobas, desafió á correr á otro su vecino que no pesa más que cinco. Fué la condición que había de correr una carrera de cien pasos con pesos iguales, y habiéndole preguntado al desafiador, cómo se había de igualar el peso, dijo que el desafiado, que pesa cinco arrobas, se pusiese seis de hierro á cues-