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za, durmiendo el primer sueño sin dar lugar al segundo; bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana, en que mostraba su buena complexión y pocos cuidados. Los de don Quijote le desvelaron de manera, que despertó á Sancho y le dijo:

—Maravillado estoy, Sancho, de la libertad de tu condición. Yo imagino que eres hecho de mármol ó de duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuando tú estás perezoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conllevar las penas de sus señores, y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos convida á entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño.

Levántate por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen ánimo y denuedo agradecido date trescientos ó cuatrocientos azotes á buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea: y esto rogando te lo suplico, que no quiero venir contigo á los brazos como la otra vez, porque sé que los tienes pesados. Después que te hayas dado pasaremos el resto de la noche, cantando yo mi ausencia, y tú tu firmeza, dando desde ahora principio al ejercicio pastoril que hemos de tener en nuestra aldea.

—Señor, respondió Sancho, no soy yo religioso para que desde la mitad de mi sueño me levante y me discipline, ni menos me parece que del estremo del dolor de los azotes se pueda pasar al de la música. Vuesa merced me deje dormir, y no me apriete en lo del azotarme, que me hará hacer juramen-