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quedan los demás: entren entre los tantos estos cinco, y vengamos á los tres mil y trescientos, que á cuartillo cada uno (que no llevaré menos si todo el mundo me lo mandase) montan tres mil y trecientos cuartillos, que son los tres mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales, y los trecientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen á hacer setenta y cinco reales, que juntándose á los setecientos y cincuenta, son por todos ochocientos y veinticinco reales. Estos desfalcaré yo de los que tengo de vuesa merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas... y no digo más.

— Oh Sancho bendito! ¡Oh Sancho amable !

respondió don Quijote, y cuán obligados hemos de quedar Dulcinea y yo á servirte todos los días que el cielo nos diere la vida. Si ella vuelve al sér perdido (que no es posible sino que vuelva), su desdicha habrá sido dicha, y mi vencimiento felicísimo triunfo; y mira, Sancho, cuando quieras comenzar la disciplina, que porque la abrevies te añado cien reales.

— —¿Cuándo? replicó Sancho, esta noche sin falta: procure vuesa merced que la tengamos en el campo al cielo abierto, que yo me abriré mis carnes.

Llegó la noche esperada de don Quijote, con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado, y que el día se alargaba más de lo acostumbrado, bien así como acontece á los enamorados, que jamás ajustan la cuenta de sus deseos. Finalmente se entraron entre unos amenos árboles que poco DON QUIJOTE ,—28 TOMO III

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