Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo III (1908).pdf/63

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 59 —

desgraciado, que al apearse del rueio se le asió un pie en una soga de la albarda de tal modo, que no fué posible desenredarle, antes quedó colgado dél con la boca y los pechos en el suelo. Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado á tenérsele, descargó de golpe el cuerpo, y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal einchado, y la silla y él vinieron al suelo no sin vergüenza suya y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aun todavía tenía el pie en la corma. El duque mandó á sus cazadores que acudiesen al caballero y al escudero, los cuales levantaron á don Quijote mal trecho de la caída, y renqueando y como pudo fué á hincar las rodillas ante los dos señores; pero el duque no lo consintió en ninguna manera, antes apeándose de su caballo fué á abrazar á don Quijote, diciéndole:

1 —A mí me pesa, señor caballero de la Triste Figura, que la primera que vuesa merced ha hecho en mi tierra haya sido tan mala como se ha visto; pero descuidos de escuderos suelen ser causa de otros peores sucesos.

—El que yo he tenido en veros, valeroso príncipe, respondió don Quijote, es imposible ser malo, aunque mi caída no parara hasta el profundo de los abismos, pues de allí me levantara y me sacara la gloria de haberos visto. Mi escudero, que Dios maldiga, mejor desata la lengua para decir malicias, que ata y cincha una silla para que esté firme; pero como quiera que yo me halle, caído ó levantado, á pie ó á caballo, siempre estaré al servicio vuestro al de mi señora la duquesa, digna consorte vuesy