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<—30—» dió Luscinda, sino ofrecelle por esta noche nuestra compañía y parte del lugar donde nos acomodaremos, donde se le hará el regalo que la comodidad ofreciere, con la voluntad que obliga á servir á todos los estranjeros que dello tuvieren necesidad, especialmente siendo mujer á quien se sirve.

—Por ella y por mí, respondió el cautivo, os beso, señora mía, las manos, y estimo mucho y en lo que es razón la merced ofrecida, que en tal ocasión, y de tales personas como vuestro parecer muestra, bien se echa de ver que ha de ser muy grande.

—Decidme, señor, dijo Dorotea, ¿esta señora es cristiana ó mora? porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querríamos que fuese.

—Mora es en el traje y en el cuerpo, pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene grandísimos deseos de serlo.

Luego no es bautizada? replicó Luscinda.

—No ha habido lugar para ello, respondió el cautivo, después que salió de Argel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de muerte tan cercano que obligase á bautizalla, sin que supiese primero todas las ceremonias que nuestra madre la santa Iglesia manda; pero que Dios será servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona merece, que es más de lo que muestra su hábito y el mío.

Con estas razones puso gana en todos los que escuchándole estaban, de saber quién fuese la mora y el cautivo; pero nadie se lo quiso preguntar por entonces, por ver que aquella sazón era más para procurarles descanso que para preguntarles sus vidas. Dorotea la tomó por la mano, y la llevó á