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había dicho Sancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir todo lo que quisiese.

En los que escuchado le habían, sobrevino nueva lástima de ver que hombre que al parecer tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente en tratándole de su negra y pizmiental caballería. El cura le dijo, que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él aunque letrado y graduado, estaba en su mismo parecer. Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les] contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado á dar, viniendo en compañía de Zoraida: á lo cual respondió el cautivo, que de muy buena gana haría lo que se le mandaba, y que sólo temía que el cuento no había de ser tal que les diese el gusto que él deseaba; pero con todo eso, por no faltar en obedecelle, le contaría. El cura y todos los demás se lo agradecieron y de nuevo se lo rogaron, y él viéndose rogar de tantos, dijo que no era menester ruegos, adonde el mandar tenía tanta fuerza; y así estén vuestras mercedes atentos, y oirán un discurso verdadero, á quien podría ser que no lle gasen los mentirosos, que con curioso y pensado artificio suelen componerse. Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen, un grande silencio; y él viendo que ya callaban y