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doma del bálsamo de Fierabrás, que con una sola gota se ahorraran tiempo y medicinas.

—¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? dijo Sancho Panza.

—Es un bálsamo, respondió don Quijote, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor á la muerte, ni hay que pensar morir de ferida alguna. Y así cuando yo le haga y te le dé, no tienes más que hacer sino que cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se hiele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajalla igualmente y al justo. Luego me darás á beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana.

—Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dé la receta dese estremado licor, que para mí tengo que valdrá la onza adonde quiera más de á dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente; pero es de saber ahora, si tiene mucha costa el hacelle.

—Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres, respondió don Quijote.

—Pecador de mí, replicó Sancho, ¿pues á qué aguarda vuestra merced á hacelle y á enseñármele?

—Calla, amigo, respondió don Quijote, que mayores secretos pienso enseñarte y mayores mercedes hacerte: y por ahora curémonos, que la oreja me duele más de lo que yo quisiera.