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metella se acuerdan de encomendarse á Dios, como cada cristiano está obligado á hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan á sus damas con tanta gana y devoción como si ellas fueran su dios; cosa que me parece que huele algo á gentilidad.

—Señor, respondió don Quijote, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese : que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca, que el caballero andante que al acometer algún gran fecho de armas tuviese su señora delante, vuelva á ella los ojos blanda y amorosamente, como que la pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete. Y aun si nadie le oye, está obligado á decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende, y desto tenemos inumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto, que han de dejar de encomendarse á Dios, que tiempo y lugar les queda para hacello en el discurso de la obra.

—Con todo eso, replicó el caminante, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y de una en otra se les viene á encender la cólera, y á volver los caballos, y á tomar una buena pieza del campo, y luego sin más ni más, á todo el correr dellos se vuelven á encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan á sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es, que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte á parte, y al otro le aviene también, que á no tenerse á las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. Y no sé yo có-