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ta veinte encamisados, todos á caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, á la cual seguían otros seis de á caballo, enlutados hasta los pies de las mulas, que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los encamisados murmurando entre sí con una voz baja y compasiva. Esta estraña visión á tales horas y en tal despoblado bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aún en el de su amo, y así fuera en cuanto á don Quijote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino á su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquella era una de las aventuras de sus libros. Figurósele que la litera eran andas dor debía de ir algún mal ferido ó muerto caballero, cuya venganza á él solo estaba reservada; y sin hacer otro discurso, enristró su lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habían de pasar; y cuando los vió cerca alzó la voz, y dijo:

—Detenéos, caballeros, quien quiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis; que según las muestras, ó vosotros habéis fecho, ó vos han fecho algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, ó bien para castigaros del mal que hicisteis, ó bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.

—Vamos de priesa, respondió uno de los encamisados, que está la venta lejos, y no nos podemos detener á dar tanta cuenta como pedís; y picando la mula pasó delante. Sintióse desta respuesta