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mino que el señor DON QUIJOTE se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento en que me hallastes: bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído. Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una larga risa, me dijo: Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero ahora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra.

¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar, puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro y tan hecho á romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar á la luz del mundo la historia de vuestro famoso DON QUIJOTE , luz y espejo de toda la caballería andante. Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decía, ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir á claridad el caos de mi confusión? A lo cual él dijo: lo primero