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reció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Dióle voces don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban. El respondió á gritos, que quién les había traído por aquel lugar pocas ó ningunas veces pisado, sino de pies de cabras ó de lobos y otras fieras que por allí andaban. Respondióle Sancho que bajase, que de todo le darían buena cuenta. Bajó el cabrero, y en llegando adonde don Quijote estaba, dijo:

—Apostaré que está mirando la mula de alquiler que está muerta en esa hondonada; pues á buena fe que ha ya seis meses que está en ese lugar: díganme, ¿han topado por ahí á su dueño?

—No hemos topado á nadie, respondió don Quijote, sino á un cojín y á una maletilla que no lejos deste lugar hallamos.

—También la hallé yo, respondió el cabrero, mas nunca la quise alzar ni llegar á ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por de hurto: que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece y eaya, sin saber cómo ni cómo no.

—Eso mismo es lo que yo digo, respondió Sancho, que también la hallé yo y no quise llegar á ella con un tiro de piedra: allí la dejé y allí se queda como estaba, que no quiero perro con cencerro.

—Decidme, buen hombre, dijo don Quijote, ¿sabéis vos quién sea el dueño destas prendas?

—Lo que sabré yo decir, dijo el cabrero, es que habrá al pie de seis meses, poco más ó menos, que llegó á una majada de pastores, que estará como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa misma mula que ahí está muerta, y con el mismo cojín que