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tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras; y quien lo contrario entendiere, miente como un gran bellaco, y yo se lo daré á entender á pie ó á caballo, armado ó desarmado, de noche ó de día, ó como más gusto le diere.

Estábale mirando Cardenio muy atentamente, al cual ya había venido el accidente de su locura, y no estaba para proseguir su historia, ni tampoco don Quijote se la oyera, según le había disgustado lo que de Madásima le había oído. ¡Estraño caso!

que así volvió por ella como si verdaderamente fuera su verdadera y natural señora; tal le tenían sus descomulgados libros. Digo pues, que como ya Cardenio estaba loco, y se oyó tratar de mentís de J bellaco, con otros denuestos semejantes, parecióle mal la burla, y alzó un guijarro que halló junto á sí, y dió con él en los pechos tal golpe á don Quijote, que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vió parar su señor, arremetió al loco con el puño cerrado, y el Roto le recibió de tal suerte, que con una puñada dió con él á sus pies, y luego se subió sobre él y le abrumó las costillas muy á su sabor. El cabrero, que le quiso—defender, corrió el mismo peligro; y después que los tuvo á todos rendidos y molidos, los dejó, y se fué con gentil sosiego á emboscarse en la montaña.

Levantóse Sancho con la rabia que tenía de verse aporreado tan sin merecerlo, acudió á tomar la venganza del cabrero, diciéndole que él tenía la culpa de no haberles avisado que aquel hombre le tomaba á tiempos la locura; que si esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse guardar.

Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había oído, que no era suya la culpa.

Replicó Sancho Panza, y tornó á replicar el cabre-