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para responderla: Hagan, señora, tus obras verdaderas tus palabras, que si tú llevas daga para acreditarte, aquí llevo yo espada para defenderte con ella ó para matarme, si la suerte nos fuere contraria. No creo que pudo oir todas estas razones, porque sentí que la llamaban apriesa, porque el desposado aguardaba. Cerróse con esto la noche de mi tristeza, púsoseme el sol de mi alegría, quedé sin luz en los ojos y sin discurso en el entendimiento. No acertaba á entrar en su casa, ni podía moverme á parte alguna; pero considerando cuánto importaba mi presencia para lo que suceder pudiese en aquel caso, me animé lo más que pude, y entré en su casa, y como yo sabía muy bien todas sus entradas y salidas, y más con el alboroto que de secreto en ella andaba, nadie me echó de ver:

así que, sin ser visto tuve lugar de ponerme en el hueco que hacía una ventana de la misma sala, que con las puntas y remates de dos tapices se cubría, por entre las cuales podía yo ver sin ser visto todo cuanto en la sala se hacía. ¿Quién pudiera decir ahora los sobresaltos que me dió el corazón mientras allí estuve, con los pensamientos que me ocurrieron, las consideraciones que hice? Que fueron tantas y tales que ni se pueden decir, ni aún es bien que se digan; basta que sepáis que el desposado entró en la sala sin otro adorno que los mismos vestidos ordinarios que solía. Traía por padrino á un primo hermano de Luscinda, y en toda la sala no había persona de fuera sino los criados de casa. De allí á un poco salió de una recámara Luscinda, acompañada de su madre y de dos doncellas suyas, tan bien aderezada y compuesta como su calidad y hermosura merecían, DON QUIJOTE .—21 TOMO I VOL . 315