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venciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto á Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules cuando ahogó á Anteón el hijo de la Tierra entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigántea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero sobre todo estaba bien con Reinaldos de Montalván, y más cuando le veía salir de su castillo, y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun á su sobrina de añadidura. En efecto, rematado ya su juicio, vino á dar en el más estraño pensamiento que jamás dió loco en el mundo, y fué que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo á buscar las aventuras, y á ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda:

y así con estos tan agradables pensamientos, lle— -